Lhasa

Hace apenas una hora ha muerto la que ha sido el centro de mi casa desde que la traje, hará menos de un año.
Ha sido en un momento, un colapso provocado por una hemorragia interna que, finalmente, ha llegado al pulmón. Cuestión de minutos. Se me ha ido en la mesa del veterinario.
Sí, Lhasa era un animal y, para los que quieran hacer el chiste, una coneja.
No me he cansado de repetirle a todos que ha sido la mejor mascota que he tenido (y he tenido muchas y de varios tipos). Silenciosa, tremendamente limpia, cariñosísima, graciosa, como un peluche que tardaba segundos en subírsete encima del pecho para acurrucarse cuando te tumbabas en el sofá.
No uso este blog para temas insustanciales, por eso esta entrada.
Se llamaba Lhasa por la capital del Tíbet y, además, por la cantante Lhasa de Sela, que falleció también este año nuevo siendo tremendamente joven. Lo mismo que la Lhasa que ha vivido en mi casa.
No le ha dado tiempo a casi nada. Sólo ha salido una vez al campo (y se lo pasó genial) por culpa de las lluvias, pero ha vivido una vida feliz, bien cuidada, querida (muchísimo) y acompañada hasta el último minuto.
He podido, incluso, despedirme recitándole mantras al oído para que le ayuden en su tránsito hasta la siguiente rencarnación.
No era una persona, lo sé, y precisamente por eso ha tenido todo mi cariño desde que entró por la puerta.
Que su tránsito por el bardo sea corto y su siguiente existencia esté más cerca del Nirbbana.
Descanse en paz.

Noctámbulos (II)

Pensé no publicar más partes de nuestra participación en Noctámbulos si nadie comentaba el post anterior, pero como hay un leve interés (lo cual es más que suficiente para un ser egotista como un poeta), aquí va la segunda parte.


Ya sabes, este es el poema con el que respondí al anterior diseño y, a continuación, el diseño/respuesta al poema.


Fue en Tánger,
lo recuerdo,
donde la Epifanía
se hizo tierra.

En mi casa la presencia de otros
siempre me sentaba mal
y toda la gente era despreciada
y todas las personas eran amadas.

Pero en Tánger, antes de la luz verde
que transforma los rostros en neones,
era distinto:
el aire del desierto se quedaba atrás, relinchando,
y una brisa helada recogía mis brazos
alrededor de cada humano con distinta mochila.

Allí estaba solo con mis hermanos
y aquí estaba solo con Carl Solomon.

Y llegó la consabida Epifanía:
ya era capaz de detestar
al que me hiriese, ya fuera
rumor de asfalto o carne de bazar.

Estaba curado
-cantad el Aleluya-
de la doble moral de odiar la manada
y amar la manada en casa del vecino.

No logré unir mis nervios
a los nervios romos de los que viven
fuera de mi cuerpo, pero al menos
la decisión cobraba forma
y se movía sin timidez:
desprecio sin racismo,
miedo sin idea,
asco sin formato.

¿Con todo lo que costó
sacarme de la cama ajena
y meterme en la del faquir
pretendes, ahora, responder
diluyendo mi vino entre las caras
de quienes no conozco?

Ayer diría: todos son yo
y a todas las he amado como a ninguna.
Hoy se que es falso,
que no he encontrado hermano entre las cabras
ni he logrado ahondar cada útero
por más que lo he intentado.

Me has hecho Mevleví
a la puerta de disneylandia
cuando yo solo quise
compartir contigo el manto de lana
de un Rumi sin canción y sin giro extasiado.

No será así, pero no importa:
demuestra desprecio el pintor
que mezcla el color con la desidia
banalizando el regalo
del color mismo.

Guardaría ya silencio si no fuera
porque es en ti
en quien toma sentido el sonido.

 Imagen: Annymal - Graces

Noctámbulos (I)

Tal y como comenté en la entrada titulada Dos Animales, la gente de Cosmopoética, por mediación de La Bella Varsovia, nos propusieron a Nazaret Castro y a mí que trabajáramos juntos para, finalmente, acabar recitando mis poemas y proyectando sus diseños en el Jazz Café, ayer mismo, a eso de las 23:30 de la noche.

En primer lugar, agradecer a los que asistieron y soportaron mi lectura (envuelta en la misma fiebre que sigo teniendo hoy), a Alejandra Vanesa por la presentación y a Nazaret, por supuesto, por todo ella.

Cumpliendo lo que prometí, os dejo el resultado de esta extraña simbiosis entre los dos, a modo de conversación. Comenzamos con un poema mío, al que Nazaret responde, y así sucesivamente.

Se me va a parar el corazón
probablemente esta noche.

No hay vino suficiente
para transformar el fluido en sangre
y las ratas en palomas.

Ella decidió que era
un perro de presa.
Decidió que era el momento
de pintar mi baile
con los mismos colores
de siempre.

Se me va a parar el corazón
puede que esta noche.

Si solo fuera lo que hago...

Ella decidió hacerme
un cepo mortal, y se miró la herida
y casaron los dientes
y, al grito de ¡eureka!
desterró la fotografía
de mi cabeza.

No te hagas ilusiones.
Ella no se hace ilusiones.
Yo no puedo hacerme ilusiones.

Sin saberse oro,
sin saberme viejo mellado
que sacude la criba a la orilla
silencia por un momento
la mutación de mi cuerpo
de tristeza en las esquinas de los párpados
a ganas de dar hostias.

Se me va a parar el corazón
seguramente esta noche.

De esto ya hemos hablado
otros días y en otras aceras
pero propones seguir la charla
desde donde calló abatida.

¿No has reparado
en que será un espejo de la anterior paliza
y que de nuevo vendrá
una era de silencio?

Se me va a parar el corazón
con seguridad esta noche.

Y no va a haber vino en el mundo
que detenga la construcción
de la torre cerrada.

Se me va a parar el corazón
esta misma noche
con tal de que entienda
que hay malas formas,
poco elegantes,
que convierten la mesita de café
en lecho demencial
y que hablar de follar no es
cuestión de macho, fusta y cojones
sino lo aprendido
acerca del infinito amor
que se puede -que puedes-
destilar de la cólera.

Se me va a parar el corazón
en este momento.

Y abriré los tendones
y esquivará el tacto
y será el fin del juego
como cada martes.

Se me va a parar el corazón.

Yo seré demasiado hombre
y ella será
demasiado contraria.


Imagen: Annymal - The origin of toasting