Caín.

El pasado fin de semana estrenamos, por fin, mi nueva obra: Nerón. Fuego de mierda.

Ha sido un periodo larguísimo de trabajo en la infernal nave en la que trabajamos, pasando un frío del demonio y un calor infernal (los tejados de uralita es lo que tienen).
Durante este tiempo hemos tenido de todo: deserciones, cambios, enfados entre nosotros, enfados con los demás, colaboraciones inesperadas, decisiones acertadas y otras erróneas... lo que viene siendo la producción de una obra de teatro.

Hicimos un pase privado el jueves sólo para los más cercanos y, entre ellos, estuvieron mis padres con unos amigos.
Será porque la relación que tengo con ellos es muy cercana, sobre todo con mi madre, pero no llegaba a entender a Lúa cuando comentaba, tras el estreno, que se había sentido nerviosa al tener que hacer su monólogo justo enfrente de mi madre.
Ahora, con algo de distancia, lo entiendo. No debe ser fácil para Lúa tocar un tema delicado frente a su protagonista, así como no debe serlo para mi madre, que ha visto parte de nuestras miserias aireadas.
Afortunadamente, he hablado largo y tendido, durante noches, con mi madre sobre estos temas, y tengo suerte de que lo entienda y que me apoye, tanto ella como mi padre, claro.

Vino bastante gente todos los días, pero ocurrió algo curioso. Invitamos a un director de cine, un escritor y director de teatro y a dos grupos de teatro que comparten espacio de trabajo con nosotros. Se supone que todos amigos y hartos de decirnos "cuando estreneis, avisad".
Antes, meses antes, habíamos ido casi en excursión a ver sus cortos, películas y obras, Color Persona al completo, incluso llevando cuanta más gente mejor para demostrar nuestro apoyo a los compañeros creadores. Pero a la hora de nuestro estreno... solos. O, al menos, solos en lo que a representación cultural se refiere. Todo fueron excusas (joder, que han sido 3 pases en 3 días distintos, uno de ellos entre semana por si acaso) y lamentos.

 Hay "Caines" que ni tan siquiera huyen horrorizados.

Esto demuestra algo que ya sabía: en Córdoba ni gremio ni leches. No ya solo constata que un servidor no pertenece a ninguna generación ni grupo de creadores cordobeses (si es que eso existe, que lo dudo), sino que esa costumbre cainita de la que me han hablado está en su máximo apogeo.

Estamos mucho más preocupados en vernos en prensa que en crear, y mucho más en hacernos un hueco en el suplemento cultural que en pensar que, en ocasiones, hacer algo artístico es un trabajo y que, de vez en cuando, no viene mal trabajar con otros y no dedicarnos, simplemente, a escupir desde el pedestal.
¿Tendrán huevos de criticar, mañana, este texto?

Ya ven, al final resulta que yo soy el crítico con los demás y, sin embargo, aquí me tenían, mandando correos a todo el mundo para decirles "si necesitas lo que sea, avisa".

Al único que invitamos a sabiendas de que no iba a venir fue a David Fernández que, al menos, tuvo la decencia y el buen gusto de respondernos, desearnos ánimo, y dejarnos claro que es preferible decir "no me muevo de aquí ni a leches" que animar con un "avisad cuando estreneis" para luego limpiarse el culo con el papel de la invitación.

En fin, estuvieron los que debieron estar y creo que les gustó mucho. A mí, desde luego, me encantó poder compartir tanto tiempo de trabajo con las cabezas inquietas que nos acompañaron.

Vamos a intentar vender la obra fuera de esta tierra para, como suele pasar, algún día volver y que nos digan los de aquí que somos algo así como hijos predilectos.


Yo, por mi parte, ya estoy escribiendo la nueva adaptación de Averroes, que se titulará "Averroes en los no-lugares" y preparando la colaboración que vamos a llevar a cabo con Máximo Sandin. Al menos los disidentes nos tendemos puentes.